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Aunque el alzamiento no se produjo de acuerdo con lo planificado, fue simultáneo. En cerca de 35 localidades de la Isla, los patriotas se levantaron en armas
El 10 de enero de 1895, cuando José Martí se encontraba en Nueva York, recibe un urgente mensaje telegráfico: los tres barcos que fueron contratados y que se encontraban listos para partir, en el puerto de Fernandina, en la Florida, fueron confiscados, y su carga retenida por las autoridades portuarias.
Martí queda atónito. No lo puede creer. En sus manos sostiene el mensaje con la trágica noticia. Son casi tres años de arduo trabajo clandestino que se han empleado en recaudar los fondos, y en adquirir las armas y los pertrechos, en medio del acoso de los agentes federales y de los espías españoles.
Nada parece calmar a Martí. Desde hace meses lo apremian desde la Isla. Allá la situación es insostenible. Y qué pensará Gómez. El dolor, la angustia y la vergüenza lo acompañan.
Todo parece indicar –aunque no se supo con certeza–, que el origen de la tragedia ocurrió por una serie de indiscreciones, de violaciones de la seguridad a la hora de transportar armamentos, y a otros incidentes de carácter doloso, además de cobardía, que involucraban al coronel Fernando López de Queralta, quien tenía responsabilidades en los preparativos de la expedición.
Cuando se anuncia públicamente con lujo de detalles la aprehensión de los vapores expedicionarios y de la pérdida de una parte del material bélico que debían llevar a Cuba, los inmigrantes cubanos conocen entonces que el principal responsable de reunir todo el dinero para comprar las armas, casi centavo a centavo, y de mantenerlas ocultas, de organizar las tres expediciones en el más absoluto secreto, era José Martí. El literato, el poeta, el orador, el soñador. Y por ello la fe en la victoria se mantuvo.
Mientras tanto, en Cuba, Juan Gualberto Gómez reconoce que después de Fernandina, no era posible demorar más la Revolución. En Costa Rica, el Mayor General Antonio Maceo estaba impaciente por iniciar la lucha.
Martí regresa a Nueva York y se oculta en la casa de Gonzalo de Quesada. Allí, en el más riguroso sigilo se reúne el 29 de enero de 1895 con José María Rodríguez (Mayía), en representación del general Máximo Gómez; Enrique Collazo, a nombre de la Junta Revolucionaria de La Habana, y Gonzalo de Quesada, como secretario.
El Delegado propone, y se acuerda, redactar la Orden de Alzamiento dirigida a Juan Gualberto Gómez, así como otras para enviarlas a los jefes de Las Villas, Camagüey y Oriente. Con el propósito de llevar la guerra a toda la Isla, se especifica en el documento que el alzamiento es simultáneo, es decir, en todas las regiones que lo puedan efectuar.
Los reunidos firman los documentos y encargan a Juan Gualberto Gómez que se los haga llegar a los involucrados y que fije la fecha del levantamiento. Este recibió los ejemplares de la Orden en los primeros días del mes de febrero de manos del tabaquero Juan de Dios Barrios, quien había viajado desde la Florida.
Para darle cumplimiento a lo que se indicaba en la Orden, de escoger una fecha para iniciar el levantamiento, se reunieron en la casa del representante de Martí, quien tenía en su poder los históricos documentos.
Asistieron a la reunión Julio Sanguily, José María Aguirre, y los doctores Antonio López Coloma y Pedro Betancourt. Luego de un riguroso análisis decidieron que la fecha más conveniente sería la del domingo 24 de febrero.
Aunque el alzamiento no se produjo de acuerdo con lo planificado, fue simultáneo. En cerca de 35 localidades de la Isla, los patriotas se levantaron en armas. El éxito solo se logró en la provincia oriental con los generales Guillermo Moncada y Bartolomé Masó.