Hace unos días el Doctor en Ciencias Luis Javier González López nos recibió en su oficina en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB). Sus aportes a la introducción de la proteómica en Cuba y su aplicación en numerosos proyectos investigativos le han hecho merecedor del Premio Nacional de Química 2021. Un logro, que nos dice no más llegar, es de todo el equipo. Luis Javier es de esos científicos que desprende humildad por los poros.
De niño ya tenía inclinaciones por la ciencia y las matemáticas, pero su interés por la química vino de manera casi involuntaria. Oriundo de San José de las Lajas, su madre impartía clases en la Facultad Obrero Campesina. Con el objetivo de que no volviera solo a la casa y que no fuera una carga para su abuela, de avanzada edad, el futuro científico pasaba largas jornadas sentado en el aula donde su madre les daba las clases a los obreros esperando a que terminara para regresar. Fue allí donde comenzó todo. Le fascinaban los experimentos.
Más tarde ingresaría en el IPVC Vladimir Illich y todo cobraría sentido. Estando en la escuela participó en varias olimpiadas. Incluso, en 12mo grado, fue parte del primer equipo de cuatro cubanos que representó a Cuba en la Olimpiada Internacional de Química, en Bratislava. De allí recuerda y le pesa todavía que no ganaron, desde ese momento -dice- comprende a los atletas cuando no consiguen las medallas.
Pero Luis Javier y su equipo conseguirían muchas medallas simbólicas a lo largo de sus vidas. En 1990 llegó al CIGB, aunque ya estaba afiliado desde 1987. “Yo estoy trabajando aquí gracias a la influencia de Fidel y le agradezco haber generado en mí la curiosidad por la biotecnología, pues, en ese entonces, era un campo con un gran signo de interrogación para mí y no tenía claro en qué papel podía desempeñar un químico en esa área. Entonces me especialicé en la caracterización de proteínas por espectrometría de masas, un campo muy importante para la biotecnología”, nos aclara desde el primer momento.
Con Fidel coincidió en varias ocasiones, pero nunca olvidará la primera. Era de noche y él era un estudiante trabajando de noche solo en el laboratorio con el espectómetro de masas, “un equipo muy caro, que hay que cuidar mucho”.
“Cuando aquello -cuenta- se trabajaba con un espíritu de trabajo de consagración, donde las horas no tenían límites, y el estudiante (en todo el mundo) tiene que adaptarse a las horas en el laboratorio. Yo estaba aprendiendo. Él entró con alguien que no recuerdo y yo era el único que estaba, así que tuve que explicar en qué consistía el trabajo aquí. Al final parece que no fue de la manera más correcta, porque después que di mi explicación Fidel le dio la explicación al visitante de qué era lo que se hacía ahí. Después me di cuenta de que él usó las palabras que había que decir mejor que yo que estaba trabajando aquí. Ahí tuve la enseñanza de que uno tiene que ubicarse de quién es el interlocutor que tiene delante para transmitir el mensaje”.
La vez que más cerca lo tuvo, sin embargo, fue en el 11no Fórum Nacional de Ciencia y Técnica, cuando tuvo que explicar el trabajo de un colega que se encontraba en una beca en Japón.
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