#Antimperialismo

Ninguna etapa de la historia ha quedado libre de la intención pérfida venida del Norte, aspirando a que silencios cómplices o intereses mezquinos, abran definitivamente las puertas a los planes de anexión política y cultural
Hace apenas dos años que se cumplió un siglo desde que el interventor de Estados Unidos en Cuba, el señor Wood, calificara a Juan Gualberto Gómez como un «negrito de hedionda reputación» y todo porque el insigne patriota e insobornable periodista se opuso a la Enmienda Platt, ese triste apéndice que pisoteaba nuestra independencia.
Algunos decenios antes, José Martí había descubierto en toda su magnitud las entrañas más oscuras de una nación que, a pesar de su esplendor y opulencia, se levantaba sobre los peligrosos pilares del odio y las ambiciones. Aquella visión martiana lo condujo a confesar (en carta a Manuel Mercado) cuál sería la causa de toda su monumental obra intelectual y patriótica: «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América». De igual forma, Maceo sentenció que era preferible levantarse o caer solos, que contraer deudas de gratitud con los del apetito imperial.
Mella no dudó un instante en declararse antimperialista y por esa convicción entregó la vida. Fidel, viendo los fragmentos de la metralla que dejaron caer los aviones de la tiranía batistiana, sobre los bohíos de la Sierra Maestra, en los cuales se podía leer la inscripción USAF (United States Air Force), escribió indignado a Celia Sánchez: «Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo».
Ninguna etapa de la historia ha quedado libre de la intención pérfida venida del Norte, aspirando a que silencios cómplices o intereses mezquinos, abran definitivamente las puertas a los planes de anexión política y cultural. Ahora, algunos de alma frustrada y desarraigo doloroso, vuelven a esgrimir la repugnante idea de mendigar favores y a cambio ceder penosamente la soberanía.
Tal pensamiento, desleal y poco apegado a la historia de independencia que ha tejido esta Isla, está condenado al más rotundo fracaso, porque de conseguir tan funesto éxito, el esfuerzo de tantos habría sido inútil, y aquí hay mucha lealtad regada con la sangre de los mejores cubanos.